- Bueno, escuchen, ya que se habían hecho la ilusión, estoy pensando que tal vez quieran quedárselos. -El anciano les ofreció la canasta.
- ¿De verdad? -Se iluminó la cara de Paula al tiempo que tomaba el cesto entre las manos.
- Se los puedo dejar a buen precio -añadió el hombre sin soltar el asa-. Además, así no tendré que denunciarlo.
- ¿Y cuánto es ese buen precio? -Dijo Héctor.
- Teniendo en cuenta que son ustedes y lo que ha pasado... pues como quince mil.
Héctor Palideció aún más. El menú del restaurante típico acabó de machacarle el estómago.
- Le aseguro que es menos de lo que valen. Porque estos son auténticos tomates originales, plantados a...
- Sí, sí, no se moleste. Ya conocemos el currículum.
Héctor miró a Paula, que asentía la cabeza con un bailoteo de coleta, esta vez sin muchos sobresaltos. Al final, echó mano de la cartera. El labriego tomó la tarjera y marcó la transferencia en su terminal de bolsillo. A continuación, y sin despedirse, desapareció camino arriba a un paso sorprendente para lo avanzado de su edad y lo achacoso de su aspecto.
La pareja siguió caminando, juntos, pero evitando mirarse. Ya estaban casi bajo los pilares de la magnetopista. Héctor sentía como punzadas en el pecho, más o menos a la altura de la cartera. Desde luego, los del subsótano diecisiete iban a enterarse de cada ensalada que hiciera a partir de ahora.
A los pocos pasos encontraron a un Guardia Rural en mitad del camino, encaramado en su magnetomoto, con el gran casco refulgiendo bajo el sol.
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TOMATES CINCO-DOBLE-CERO