- ¡Oh, sí! Ahora viene lo mejor. Aunque esta parte no la entendí muy bien, porque habíamos acabado la segunda botella y ya sabéis como se pone Lubek de espeso. Veréis, la Alexandrovna le había dado con la puerta en las narices, dejándole en medio del pasillo. Entonces fue cuando…
La bengala estalló a muchos metros sobre sus cabezas. El pelotón se quedó como congelado en una fotografía mientras una luz cruda descendía iluminando sin miramientos el campo de trincheras. Enseguida silbaron los obuses y se sucedieron las explosiones, alguna tan cercana que les echó encima una lluvia de barro y cascotes. Aún se hundieron más en el foso cuando una ráfaga de ametralladora pesada destripó los sacos altos del parapeto. Sonó la sirena y por el recodo norte apareció el teniente tocando el silbato. Pistola en mano, ordenó a gritos salir a repeler ataque. Mientras los soldados calaban bayonetas y, uno tras otro, comenzaban a saltar fuera, Félix arrastró a Antón por las solapas hasta dejarle junto al cabo Günter.
- Cuida de él. Y no os mováis de aquí.
En el último momento, Antón intentó sin éxito retenerle por la manga. Repasó la venda con dedos febriles y, después de dominar un estremecimiento que le sacudió los labios, consiguió decir con un hilo de voz:
- No te olvides. Pregúntale a Lúbek.
Pero Félix no pudo oírle, porque acababa de pasar por encima de los sacos y ya rodaba sin remedio terraplén abajo, hacía donde la noche saltaba hecha pedazos.

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PREGÚNTALE A LÜBEK