El ayudante giró la cabeza y volvió a desplegar el aliento:
- Pues dos cuerdas de metro y medio, como de costumbre.
- Ya veo las cuerdas. Lo que quiero saber es por qué son de este color.
- ¿Y yo que quiere que le diga? Es lo que había.
- Este color no los usan ni en el circo. ¿Me oye? Ni en el circo –El señor Godrúm agitaba la cuerda con voz chillona. ¿Es que era poco desastre esa ruina de correas, y las capuchas, que no sirven ni para un gato?
- No creo que nadie se fije en el color –protestó el ayudante.
- Pero no es serio. No me parece serio -su voz parecía un sollozo-. ¿Cómo quieren que trabaje así?.
El ayudante miró para atrás desconcertado.
- Tranquilícese –dijo-. Ya sabe como funcionan las cosas aquí. Piense que esto no es América.
El señor Godrúm se arrinconó en la ventanilla. La chaqueta le tiraba y apenas podía cruzar los brazos. Atravesaban por calles inmóviles, pero a él todo le daba vueltas. La noche les seguía y un velo de luz sucia comenzaba a manchar los tejados por la parte del río. Un autobús desocupado se cruzó con ellos. También los vendedores que empujaban sus carritos hacia los mercados del centro. En algunas tiendas encendían las luces y había figuras que se movían entre los fardos como sonámbulos. Giraron en la avenida. Desde los tilos de las aceras llegaba el despertar de los pájaros.
- ¡Pare, pare aquí! –el señor Godrúm se incorporó de golpe.
El coche frenó hasta golpear el bordillo. Enfrente había una panadería con el cierre a medias. El señor Godrúm salió del coche y pasó por debajo del cierre. Enseguida volvió con un pan redondo y aplastado entre las manos.
- ¡Vamos! ¿A que espera? -dijo al ayudante, que le miraba desde el retrovisor con la sonrisa embobada.
Dejó el pan que todavía quemaba sobre el asiento. El conductor arrancó y en el cruce tuvo que esquivar de un volantazo a un carrito de verduras tirado por un asno. El pan rodó al suelo y el señor Godrúm se agachó a recogerlo. Iban muy deprisa, la calle estaba llena de agujeros y el coche botaba a cada momento. No sabía qué hacer con el pan quemándole las manos. Miró a los lados, hacia atrás, y acabó metiéndolo en la bolsa de deporte. La cabeza se le iba. Si cerraba los ojos era todavía peor. Por una vez su mujer estaba en lo cierto, no podía retrasar más la visita al médico. Cerca de las afueras, los bloques de viviendas dejaron paso a casas, talleres y almacenes que se amontonaban caóticos bajo el amanecer marchito. Cuando atravesaban el puente, le vino el olor acre de las basuras que se quemaban en los descampados.
Llegaron al campo de fútbol veintitrés minutos antes de la hora. Ya aguardaba una multitud de varios centenares. Sobre todo había hombres, pero también mujeres y algunos niños. La gente enseguida reconoció el coche del ministerio y se apartó a su paso. Dos policías con el fusil terciado empujaban a los más curiosos. El señor Godrúm resopló, se cubrió el bigote con la mano y se alejó de la ventanilla. Le ponía de los nervios verse rodeado de tanta gente. El campo era un rectángulo de arena con dos porterías, sin gradas ni asientos, que habían cercado con vallas de obra. A lo largo de la caseta de los vestuarios colgaba una pancarta de tela con letras en negro que decía: “del Pueblo la justicia, en Dios la misericordia”.
Bajó del coche, pero todo seguía moviéndose. Se apoyó en la chapa hasta que el suelo se detuvo. Entonces se estiró los faldones de la chaqueta y vio que tenía manchadas las manos con la harina del plan. La gente miraba en silencio desde las vallas; los de atrás empujaban y alargaban el cuello para ver quién había llegado. El señor Godrúm buscó las grúas mientras se sacudía. Estaban al final del campo. Una era un camión grande, de unas cincuenta toneladas, según calculó. La segunda no llegaba ni a la mitad. Parecía un juguete junto a la otra. Tenían ya los brazos hidráulicos desplegados a muchos metros de altura; el grande con rayas blancas y rojas, el otro de un amarillo sucio. Los ganchos colgaban de sus cables cerca del suelo. Como se temía, habían puesto las grúas muy separadas y en el último momento tendría que correr de una a otra para accionar las palancas lo más seguido posible.
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ESTO NO ES AMÉRICA