Los días son muy cortos, hace mucho frío y llueve. A veces no pueden ni salir a volar, el viento se los lleva, los empapa sin misericordia. Cuando un pájaro no come, se muere. Y si no vuela, también se muere enseguida. Es terrible, pero eso es lo que pasa. La persiana del cuarto de estudio lleva semanas caída sin que nadie la arregle. Y ese Alfredo viene cada vez más. Le ve a través de la ventana del salón y de la del dormitorio, siempre con las gafas oscuras, aunque caigan chuzos de punta. ¿En qué estás pensando Marta? Cuando se quita las gafas es peor, con esos ojos fríos y bovinos. No sabe cómo ni cuándo, pero está seguro de que va a soñar que es un hombre para despertar de una vez de esta pesadilla. Y entonces volverá para echar a patadas al intruso y recuperará de una vez a Marta, su casa y su vida.
Otro día que se queda el de las gafas. Amanece soleado y salen a desayunar. A ella siempre le gustó tomar el café en el patio. Ya no puede más y desde las ramas peladas comienza a gritar, a piar con todas sus fuerzas que no se fíe de ese mamarracho, a decirla que la quiere, que no esté más triste porque enseguida va a regresar. Marta alza la cabeza, mira hacia él, pero a continuación sigue untando tostadas como si nada. El individuo deja de masticar y también le dirige las gafas negras. Enseguida se levanta, entra en la casa y él pía con más fuerza porque ella tiene que oírle y el otro sale con algo en la mano que se lleva a la cara. No se da cuenta de que lo que es, no sabe que se trata de una escopeta de aire comprimido hasta que oye la descarga y le revienta el corazón.
